miércoles, 13 de julio de 2016

Fuerte ejercicio de doma a Cuvillo

Ilustrado, de Cuvillo, arremetiendo contra los mozos en el Ayuntamiento./Foto:DN

@ivanmirobriga

La Estafeta domó a Cuvillo. Los toros salieron en tromba. Fueron duros de pelar en su inicio, y sin embargo, acabaron amansados por las decenas espaldas de mozos que se apostan en el penúltimo tramo del encierro. De salir tras un traspié amenazantes y apuntando con los pitones con cierta dosis de saña, a caer a plomo en la Telefónica sin cruzar la frontera. De hecho, se reincorporaron sin mirarse. Centraditos en avanzar.

El corral de Santo Domingo no era un lodazal. Pues no se habían formado ni charcos tras el segundo aguacero que se asomó a los presentes sanfermines. Pero sí que estaba húmedo, lo justo para que calara en los huesos de los toros de Núñez del Cuvillo. Estaban frescos y agitados. No era para menos. La salida fue en tromba: los seis toros a la par; y los cabestros en la retaguardia azuzando aún más la fuerte carrera de las fieras. Que la barrera de Santo Domingo lleve un puñado años diluida por las rayas disuasorias implica que los toros se zambullan de manera abrupta en la cuesta. Los seis toros ocuparon el ancho. Los afilados y largos pitones rozaban contra las paredes. Ni un resquicio para la huida. Y los mozos que se apostan contra los muros [y se protegen el pecho con los brazos a forma de coraza] tuvieron que salir por patas. El mozo del gorro colorado se vio preso de tan tremendas astas. Y sin embargo, tras seis metros de carrera desesperada, sin saber ni cómo ni por qué, los toros se apelotonaron, la manada se estiró... Y salió indemne. Aún se sigue santiguando. 

Ilustrado [colorado, 15] barrió la cuesta. En un esprint se puso en cabeza del encierro y avasalló a los mozos de Santo Domingo. Se abrían contra las fachadas y los maderos sin solución de continuidad. El toro lanzaba derrotes y miradas desafiantes. Un mozo anglosajón se descubrió antes de que el toro coronara la ascensión en la plaza del Ayuntamiento. El joven, presa del pánico, pasó de estar petrificado a saltar a mitad de la calle y ponerse en el punto de mira del ya citado Ilustrado. No lo perdonó. Lo llevó colgado del brazo casi una veintena de metros y lo lanzó crudamente contra una montonera que se había formado en el vallado diestro. El toro disolvió el tumulto a pitonazos. Metió los riñones con virulencia. Y cribaba mozos. Al final, uno quedó prendido del pitón diestro por el muslo y lo puso en la vía del tren. Asustado [negro listón], que había dado un volatín en plena cuesta, no lo arrolló. Lo tuvo a tiro entre sus pezuñas. El resto de la manada dejó pasar la escena a velocidad de crucero.

Con Ilustrado enfrascado en la montonera de mozos, Jaranero [negro, 78] se puso al frente de la carrera. Con un galope aún más desbocado, pero, al igual que su hermano, dando puntazos a izquierda y derecha. La recortada osamenta del toro, y sus tremendos pitones, fueron a chocar contra el tablero de la curva de la Estafeta. El toro salió del cruento trance con sed de venganza. No lo logró. Aunque sí arqueó el cuello y planeó sobre su pitón diestro marcando la cornada. Se hizo el vacío ante su testa. Tan solo medio centenar de metros. Y comenzó un fuerte ejercicio de doma: los mozos se asomaron a su balcón sin compasión. Y también sin pizca de estética. La carrera a milímetros del filo y midiendo con el rabillo del ojo por encima del hombro le ha ganado la partida a la vía clásica –aquella en la que el mozo le daba un metro de ventaja al animal, se centraba entre los pitones, arqueaba en 90 grados la cadera y, para remate, coronaba su actuación templando la velocidad de la fiera con el periódico acariciando la testuz-.

Fruto de la ceguera que le provocan las decenas de espaldas que se apostan sobre los pitones, los toros de Cuvillo se fueron rectos contra el vallado de la Telefónica. Ya no daban tantarantanes. Jaranero acabó por los suelos y el castaño Bobito [número 8] enredó sus pitones entre las patas de su hermano y se formó todo un lío: el toro dejó atrás el cuello y la cara, mientras los riñones avanzaban... El tal Ilustrado, acompañado de Asustado, y de los mansos entraron en la plaza sin pena ni gloria. Un mozo suicida se cruzó entre los dos toros y reprodujo el lance de Don Tancredo en el mismo centro del platillo de la Monumental. Se libró de la cornada.

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