sábado, 11 de julio de 2015

Legendario derechazo y KO de Escolar a Pamplona


Curioso, de José Escolar, solo, encerrado en los corrales de Santo Domingo./EFE


José Escolar le ha metido un mandoble de aúpa a Pamplona. Un KO en toda regla.  Un derechazo duro y directo a la boca del estómago en poco menos de tres minutos y el día de su debut. Una vuelta en toda regla a este calcetín llamado encierro. El gran protagonista, Curioso, un cárdeno playerón que echó el freno de mano en la misma melé con los mozos de recibo y se volvió sobre sus pies. Los pastores ayudaron a ello. El varazo a destiempo le obligó a buscarse las vueltas, y también la huida. Y tras la imagen insólita, Iruña entro en pánico. Ante la duda, y con el toro rebañando talanqueras, portón de Santo Domingo abierto y fin al problema. El encierro, diezmado. Una baja por insumisión. Lo nunca visto. Y en ese corral de dormida quedó castigado hasta que decidieron devolverlo al Gas y embarcarlo como a un toro vulgar para una plaza cualquiera. Sin la loa del encierro pese a haber pisado la calle. Pecado mortal en la Meca.

El combate entre los Escolares y Pamplona no murió con el pañuelo verde presidencial, y eso que Iruña trató de ondear la bandera blanca. Pero ya era imposible. Esa salida refrenada tuvo otro actor principal: Señorón II. Cuatro cornadas, su particular firma. En el mismo momento en el que su hermano decidió no seguir avanzando, este toro, veleto y cariavacado, metió riñón y emprendió viaje en solitario. El toro suelto en toda regla. De principio a fin. Lo primero que hizo fue arrollar y dejar el primer herido de consideración en este indomable encierro de Escolar. De ahí en adelante, una carrera de pavor con el instinto del animal a flor de piel. A las puertas de finalizar su duro trasiego se cogió con papel de fumar la parábola de la masificación y bañó sus dos pitones en sangre: dos mozos de una tacada. El drama. A ambos los colgó a pulso mientras trataban de librarse de esos puntiagudos pitones que ya le atravesaban por completo el muslo. Los requiebros, a diestro y siniestro, sirvieron para acabar con el cuadro. Entró en la plaza con un andar cansino, que, sin embargó, no fue óbice para que al leve pisotón que buscaba llamar su atención se plantara, echara la cara arriba y demandara guerra. Los dobladores evitaron otra desgracia. 

El resto de los hermanos también tuvieron su protagonismo. Para empezar, ese cárdeno claro de nombre Costurero, voló desde Santo Domingo hasta la Monumental. Se sacudió el polvo una vez dejada atrás la hornacina de San Fermín y ya no lo paró nadie. Ni ese manso que quiso hacerle de tope más que de guía. Mozos al suelo a lo largo y ancho de toda la cuesta. Ya en Mercaderes dejó para el recuerdo otra de esas escenas inverosímiles: el mozo parado, reproduciendo el lance de Don Tancredo, y ese Costurero bordeando aquella estatua de sal. Ni un rasguño. Tras la finta, de bruces contra el panel protector de la curva. Y contra un mozo, al que le pasó toda su amplia cara por la misma barriga. Lo lanzó hacia la Estafeta y lo dejó de pie. La calle ‘estrella’ lo baldó y se vio abocado a acabar el encierro a un trote lento y noblón, al igual que los otros tres toros restantes. Aunque con diferentes matices, el otro Señorón II tuvo su instante de gloria: tras puntear y,  hasta sacar la cara en Santo Domingo, enfiló al mozo despistado en la plaza del Ayuntamiento. La parálisis producida por el miedo le salvó, el mínimo temblor le hubiera crucificado.



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