martes, 14 de julio de 2015

Oro en velocidad para los pacíficos Miura

Los toros de Miura trazando la curva de Mercaderes con Estafeta./Foto: EFE


A los Miura, después de casi 60 encierros, no le hacen falta cabestros en Pamplona. Ellos solos, ya casi, y como si fuera por pura carga genética, se encargan de cuidarse por las calles de la capital navarra. Algunas, pocas, se toman la justicia por su mano y en solitario –los célebres Olivito y Ermitaño, son ejemplos de ello–, y otras, la inmensa mayoría, lo hacen juntitos, los seis de una tacada y a galope tendido. Pero nunca como este martes del San Fermín 2015, que siendo un encierro con alma boyanquil, se ha colado por mor de la velocidad en el cuadro de honor pamplonés. Dos minutos cinco segundos. Auténticas motos GP.

El récord de la velocidad no se establece en Pamplona hasta que el último toro cruza el portón de corrales. El encargado de rubricar la tremenda carrera fue el cárdeno girón de nombre Flamenquillo, el último de los 48 bureles, menos uno, que han pisado la Monumental durante estos encierros sanfermineros. Tres trancos por delante, Almendrero y Sobervio comandaron una manada extraordinariamente compacta. Entre medias, Rayito, que le da nombre a esta fugaz 59 carrera de Miura en Iruña, y que, precisamente, por avanzar en el mismo centro de la torada, ha marcado el promedio de velocidad.

La yunta que abrió calle, de tonelada y ciento noventa kilos, arrolló desde el principio de la Estafeta y sobre todo al fin. Ya en Telefónica, Sobervio se abrió hacia el vallado izquierdo y levantó por los aires, sin descolgar la cara, al mozo lento.  Nunca tan tremendo empujón propinado casi en el omoplato provocó semejante vuelo. Hubo miedo. Pero nada más lejos de la realidad, el torón solo quería avanzar. Y lo hizo. Se abrió paso sin estridencias. Sin ni siquiera meter los riñones. A su ritmo disolvió la montonera en la que se había metido.

Se apretaron, como no lo hicieron en la cuesta de Santo Domingo –a la que dejaron en con el molde en contados 40 segundos–, para atravesar un callejón atestado al que barrieron. Tras lanzar rodando mozos a mitad del albero de la Monumental, cortaron la cinta al mismo tran tran al que había corrido los otros 840 metros. El alcalde Asiron les colgó la medalla de oro. Y no solo a la velocidad, sino también a la concordia, y hasta a la paz. Pese a ser seis Aves, a penas dejaron un par de rasguños. Y, por ende, le dieron cuajo a esa “riesgo inasumible” que entonó el edil, como si nada, tras el cuadro que le montaron a Pamplona los Escolares. Por sus palabras, debió gozar este cierre de unos sanfermines que han enterrado al toro suelto, y que, hablando de velocidad, no han sobrepasado los tres minutos. 



lunes, 13 de julio de 2015

Garcigrandes saltarines


Pizpito, de Domingo Hernández, trazando la curva seguido de sus hermanos./EFE


Garcigrande ha salido indemne de esta séptima carrera de los 800 obstáculos. Y ese ha sido su gran triunfo. La velocidad como terapia para no afligirse. Los cuatro toros de Domingo Hernández y los dos herrados con el de Garcigrande han desfondado al esprint a la Estafeta. Se puede decir, a tenor de lo visto, que la han dejado sin aire y sin piernas. Y como remate, también sin fuerzas. La pelea de desgaste diaria por sostribarse del pitón del manso que abre el encierro, es tan dura y encarnizada, que se convierte en incompatible con carreras como las de este lunes. Y claro, llegaron las diez mil caídas a los pies de los ágiles garcigrandes, que casi siempre evitaron el tropezón saltando con extrema limpieza. 

Se abrió el portón, y como si los toros hubieran calentando, comenzaron a apretar a los cabestros. De hecho, uno de ellos, Pizpito, ha roto un ya clásico de estos sanfermines: salir todos juntos y por detrás de la tropa de bueyes. El primero en pisar el adoquín. Y solo el citado manso delantero ha evitado que ese negro, con esa cara de pavor sin exageraciones, hubiera roto el encierro. Pasado el Santo, el toro se hizo con la manija de la carrera, y los demás le siguieron. La manada no se resquebrajó. Nunca. Hubo sus entradas y salidas, sus derrotes, pero siempre en actitud coral, nunca en solitario. Ni la caída de Café en la curva de Mercaderes con Estafeta propició un cambio en el guion. Diez metros más adelante sí se delavazó todo.

Pizpito se abrió en la curva pasado de revoluciones, y se vio entre la espada y un mozo. Y como horizonte próximo la montonera. Y allí que acabó. Rodando por los suelos... Se levantó a la misma velocidad a la que cayó y zarandeó entre sus pitonazos al mozo que se resguardaba en el portal. Sin quererlo lo plantó en mitad de la carrera, y con el resto de hermanos pasando a milímetros como verdaderos trenes. El estupor se adueñó de ese primer tramo de la Estafeta. Ese Café que había perdido comba lo aprovechó. A la chita callando, este toro de capa negra y ancho de sientes se ha encargado de poner orden a lo largo y ancho de toda la calle ‘estrella’. Avasallando con su amplia cara y sin contemplaciones. Lo hizo en ese punto, y también en la montonera formada en el ensanche de Espoz y Mina.

El testigo que dejó rodando Pizpito por los suelos, lo recogió ese colorado claro llamado Montanero, del hierro de Domingo Hernández, que lejos de reducir la velocidad de la carrera, la aumentó, y se distanció para completar la mitad exacta de la carrera en solitario. No claudicó a las muchas espaldas, que a diez mil revoluciones menos, pretendían marcarse un 100 pegados al hilo del pitón. Y como no cedió, llegaron las muchas caídas y arrancó la leyenda de los toros saltarines. Hasta cuatro mozos quedaron desvalidos y ante la jurisdicción de sus pezuñas mediada la Estafeta, y los sobrepasó de un brinco. Y sus hermanos, los cinco, a los que ya les sacaba 20 metros de ventaja, también. Hasta Café que en el mismo momento de levantar las manos soltó la cara como un látigo y castigó a todo el que acompañaba su carrera sobre su pitón diestro. Tras ese primero y espectacular salto. Llegaron muchos más en el tramo de la Telefónica, y también en el mismito callejón.




domingo, 12 de julio de 2015

Palizón de Telefónica a los cobardones Conde de la Maza

Cerrado, del Conde de la Maza, se estrella contra una montonera de mozos./Reuters


El Conde de la Maza se ha llevado en su regreso a la Feria del Toro un soberano palizón. Su cobardía en la Telefónica les costó más que cara, y eso que los boyancones del Excelentísimo Señor, según reza el glosario de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, le regalaron a Pamplona un encierro doble con tintes clásicos. Corrieron tres y tres, y partieron los 849 metros de carrera en dos, con el contraluz de Mercaderes a modo de división natural. Se podría decir que fueron miureños hasta el Ayuntamiento y de ahí en adelante todo lo que pasó fue en Dolores Aguirre, por poner dos de los referentes más claros en la carrera de Iruña. Esta Pamplona globalizada eso no se lo tuvo en consideración. Ni un ápice de respeto. Golpes y regolpes en lomos, pencas, testuz y pitones. Como si las peleas por plantarse al hilo del pitón no acabaran cuando el torón rozaba el hombro o las costillas, según altura. Se pasó de arrearle el mamporro al compañero de carrera a darle una labra de espanto a unos torones que pasaban los 600 kilos. 

Ese fue el remate de un encierro que se apagó alarmantemente al minuto de carrera. Cualquiera diría que esos toros, que o bien giraban la cara cobardones o bien ni se inmutaban cuando sentían apoyarse manos y hasta periódicos entre ojo y ojo, habían tratado de calcar cualquiera de las mejores salidas de los venerados Miura: manada desparramada, con los seis soltando la cara a diestra y siniestra, bamboleando esos corpachones como juncos a velocidad de crucero, fijándose en casi todo y hasta arrodillándose con fiereza en la plaza del Ayuntamiento ante el leve toque de atención. Hicieron de todo, hasta caerse y partir la manada en dos en la misma puerta del Mercado de Santo Domingo. Eso los mató. 

A partir de ahí, corrieron tres y luego otros tres, con más de 20 metros de distancia entre unos a otros. Eso provocó la citada pérdida del respeto en Telefóncia y el callejón. Y también, aunque menos acusada, en Estafeta y con algún ramalazo en la osada Mercaderes, que es donde se inició el declive de la torada. Una caída a plomo en toda regla. Desfondarse tranco a tranco para pasar del fibroso primer tercio del encierro al fofo final, con la imagen de ese Cerrado como bandera.  El más estrecho de sientes del encierrón se lió a empujar con el morro y los pechos, en lugar de con los pitones, y a levantase de manos con la única intención de huir hacia adelante, tras estrellarse contra una atemorizada y cosmopolita montonera de mozos que trataba de hacerse invisible pegada a tablas. Sus riñonazos acabaron por imponerse y dieron al encierro por claudicado y concluido. 


sábado, 11 de julio de 2015

Legendario derechazo y KO de Escolar a Pamplona


Curioso, de José Escolar, solo, encerrado en los corrales de Santo Domingo./EFE


José Escolar le ha metido un mandoble de aúpa a Pamplona. Un KO en toda regla.  Un derechazo duro y directo a la boca del estómago en poco menos de tres minutos y el día de su debut. Una vuelta en toda regla a este calcetín llamado encierro. El gran protagonista, Curioso, un cárdeno playerón que echó el freno de mano en la misma melé con los mozos de recibo y se volvió sobre sus pies. Los pastores ayudaron a ello. El varazo a destiempo le obligó a buscarse las vueltas, y también la huida. Y tras la imagen insólita, Iruña entro en pánico. Ante la duda, y con el toro rebañando talanqueras, portón de Santo Domingo abierto y fin al problema. El encierro, diezmado. Una baja por insumisión. Lo nunca visto. Y en ese corral de dormida quedó castigado hasta que decidieron devolverlo al Gas y embarcarlo como a un toro vulgar para una plaza cualquiera. Sin la loa del encierro pese a haber pisado la calle. Pecado mortal en la Meca.

El combate entre los Escolares y Pamplona no murió con el pañuelo verde presidencial, y eso que Iruña trató de ondear la bandera blanca. Pero ya era imposible. Esa salida refrenada tuvo otro actor principal: Señorón II. Cuatro cornadas, su particular firma. En el mismo momento en el que su hermano decidió no seguir avanzando, este toro, veleto y cariavacado, metió riñón y emprendió viaje en solitario. El toro suelto en toda regla. De principio a fin. Lo primero que hizo fue arrollar y dejar el primer herido de consideración en este indomable encierro de Escolar. De ahí en adelante, una carrera de pavor con el instinto del animal a flor de piel. A las puertas de finalizar su duro trasiego se cogió con papel de fumar la parábola de la masificación y bañó sus dos pitones en sangre: dos mozos de una tacada. El drama. A ambos los colgó a pulso mientras trataban de librarse de esos puntiagudos pitones que ya le atravesaban por completo el muslo. Los requiebros, a diestro y siniestro, sirvieron para acabar con el cuadro. Entró en la plaza con un andar cansino, que, sin embargó, no fue óbice para que al leve pisotón que buscaba llamar su atención se plantara, echara la cara arriba y demandara guerra. Los dobladores evitaron otra desgracia. 

El resto de los hermanos también tuvieron su protagonismo. Para empezar, ese cárdeno claro de nombre Costurero, voló desde Santo Domingo hasta la Monumental. Se sacudió el polvo una vez dejada atrás la hornacina de San Fermín y ya no lo paró nadie. Ni ese manso que quiso hacerle de tope más que de guía. Mozos al suelo a lo largo y ancho de toda la cuesta. Ya en Mercaderes dejó para el recuerdo otra de esas escenas inverosímiles: el mozo parado, reproduciendo el lance de Don Tancredo, y ese Costurero bordeando aquella estatua de sal. Ni un rasguño. Tras la finta, de bruces contra el panel protector de la curva. Y contra un mozo, al que le pasó toda su amplia cara por la misma barriga. Lo lanzó hacia la Estafeta y lo dejó de pie. La calle ‘estrella’ lo baldó y se vio abocado a acabar el encierro a un trote lento y noblón, al igual que los otros tres toros restantes. Aunque con diferentes matices, el otro Señorón II tuvo su instante de gloria: tras puntear y,  hasta sacar la cara en Santo Domingo, enfiló al mozo despistado en la plaza del Ayuntamiento. La parálisis producida por el miedo le salvó, el mínimo temblor le hubiera crucificado.



viernes, 10 de julio de 2015

Fuenteymbros galopones


Manirrota, de Fuente Ymbro, salva a un mozo al final de la curva de Mercaderes./Foto: Larrión y Pimoulier-DN


Fente Ymbro se cascó en su undécima participación en Pamplona un encierro bizcochón. Puro almíbar. Y para remate en fila india. Más fácil casi imposible. Y desde el comienzo. No hizo falta ni que la curva o el contraluz prepararan la montonera o produjeran el tropezón. Casi por instinto, y tras la melé con los mozos de recibo de Santo Domingo, los toros de Ricardo Gallardo se pusieron en formación de a uno. Y la cuesta no lo desaprovechó. Como si estuvieran en Estafeta: espalda al morro y hacer pantalla, y ya la velocidad y las piernas marcarían cuándo quitarse. Y se quitaron, no voló nadie. Los toritos, recortaditos, bajitos ellos, con sus puntas la mayoría hacia adelante, lanzaron leves punteos a su diestra y ya. Se afligieron y entendieron que lo mejor para su salvaguarda era correr y correr. Y eso hicieron durante dos minutos y 24 segundos.

El primero en tomar esa decisión fue el único toro negro del sexteto, Manirrota, que no le hizo justicia al nombre, por su galopar agalgado. Aprendió su sino en el encierro pegadito al costado izquierdo de un manso en Santo Domingo y emprendió aventura en solitario nada más llanear la carrera en la plaza del Ayuntamiento. Pasó como un rayo por Mercaderes y llegó la curva. La trazó en diagonal y fue a dar contra el primer portal de la estafeta. Pero no chocó. Ni siquiera rozó a un, suponemos, mozo mexicano. Ni un rasguño. Echó el freno de mano, cerró los ojos y bizqueó del diestro para no ver sus 550 kilos empotrados contra una pared, y con un hombre en medio. Superado el entuerto siguió la carrera. Los manos comenzaron a azuzarle en los cuartos traseros a modo de fusta hasta que la mano de otro mozo con todo su corpachón a cuestas se le abalanzaron sobre el pitón zurdo. Cayó como una mosca. Sus hermanos no, pero todos tropezaron. Palizón al comienzo de la Estafeta. Se levantó sin ni siquiera mirar y siguió corriendo.

La mala pata de ese veleto Manirrota, le entregó a dos de los castaños del encierro, Valdivia y Hostelero, la manija de una carrera que no iba a cambiar mucho. Unos por otro. Y por detrás, también lo mismo, eso sí,  siempre de uno en uno. Avanzaron sin hacer un feo, siempre buscando el fin del encierro. Ese tran tran a sus muchos kilómetros por hora hizo que brotaran las carreras largas, pegadas al pitón, con esa antiestética forma de controlar al animal levantando la cabeza y mirando el pescuezo del toro por el rabillo del ojo. También las hubo cortas, y hasta necias. Y otra vez, ya en Telefónica y el Callejón, el final cruel: manos en los lomos, en los costados, en el morrillo y también en los pitones. La carrera galopona como respuesta.  En los seis.





jueves, 9 de julio de 2015

Nueva cumbre de Victoriano

Los toros de Victoriano del Río trazando la curva de Mercaderes con Estafeta./Foto: J.A.Goñi-DN

@ivanmirobriga

Victoriano –del Río, se entiende– se ha puesto en disposición de repetir el descomunal éxito de los sanfermines pasados. El Carriquiri y Feria del Toro de una tacada. El ‘doblete’. Un encierro de impresión, nuevamente, lanza al sexteto de torones, dos de ellos con trazas de cebús del Senegal: el castaño Filibustero y el colorado Jinetero, hacia la cumbre. La emoción como señal inequívoca del triunfo. Desde que se abrió el portón de Santo Domingo hasta los mismitos corrales de la Monumental.

Dos nombres por encima del rocoso sexteto: Jubilado y Enamorado. El primero, un señor con barba, se ha metido de lleno en el ranking de toros destacados en escasos 300 metros. Fue pasar la hornacina de San Fermín y echar la cara abajo, a ras de suelo, meter riñones y ponerse en cabeza. Con metros de distancia. Hasta diez. Ese feúco Filibustero trató de seguir su estela y no lo consiguió. Imposible. Cuando quiso reaccionar, el negro axiblanco ya era el dueño de la situación. Un Ave que coronó la cuesta con un pitonazo duro y seco en la espalda de un mozo. La camisa echa girones tras el encuentro. Siguió firme. Férreo. Y cuando tuvo ocasión, ya en Mercaderes, lanzó  una segunda cornada que tampoco hizo carne. De milagro. Eso sí, empotró sus dos pitonazos en la mismita pared tras querer ensañarse con una indefensa montonera. De verlo tan claro perdió los pies. Se levantó orientado y solo la llegada in extremis de la manada evitó un mal mayor: el toro suelto.

Aún le quedaba un tramo de gloria a ese Jubilado. Le cayó en el mismo hocico un periódico volandero y lo desarmó. Y también a la fila de espectadores que pretendía seguir el encierro a pie de calle. De nuevo esa tremenda cara llenándose a placer de mozos. Y otro tropezón. Fin de su historia para mayor gloría de Enamorado, que como si de una carrera de medio fondo se tratara vio la ocasión en el traspié de su hermano de hacerse con las riendas de la carrera y esprintó, para regocijo al fin de la Estafeta. La belleza de la carrera con el toro engallado, con la cara puesta arriba, sin afligirse, y eso que han dado en llamar el braceo –el triste codazo– alrededor. Y así desde la bajada de Javier hasta los corrales.

Afeó la estampa más pura vista hasta el momento en estos sanfermines el ansía de sobresalir cuando las cuentas no salen. Llegó el mozo mal colocado en la carrera con toda su desvergüenza a cuestas y se colgó del pitón zurdo en el mismito callejón. Aguantó siete metros, los que tardó la velocidad del toro en zarandearlo y hacer justicia echándoselo a los pies. Le pasó, además, toda la manada por encima, provocando, eso sí, el tropezón. Filibustero al suelo, y el resto dando brincos para no caer. El semiuro se levantó sin renquear, y cerró, así, con honra, este segundo encierro en la cumbre de Victoriano del Río.



miércoles, 8 de julio de 2015

Joselitos acabestrados

Los toros del Tajo y la Reina avanzan arropados por los mansos por la Estafeta./Foto: Rudy

A menos cinco. A menos tres. A menos uno. Por triplicado: “¡A San Fermín pedimos / por ser nuestro patrón / nos guíe en el encierro / dándonos su bendición!” [y bis en vascuence], suplicaron a coro, y de manera vigorosa, cientos de mozos a las puertas de enfrentarse a la nada, por aquello del debut: seis toros de Joselito más bien feúcos pero reunidos.

Al Santo gracias, el mantra funcionó. Un alivio. Aunque viendo cómo se desarrolló este segundo encierro del San Fermín 2015, más bien pareciera que esa estrofa la hubieran cantado los toros: “Nos guíe en el encierro, nos dé su bendición”. Dicho y hecho. Por arte de birlibirloque los compañeros de dormida se le transmutaron a los cuatro Tajos y a los dos Reina en Lázaro de Tormes, al menos durante dos minutos y trece segundos. Estos bueyes de Pamplona, que solo saben correr y correr, pero  sobre todo correr agrupaditos, abdujeron a los seis bravos. Se puede decir que quedaron acabestrados. Ni una mala mirada. Ni un leve punteo. Nada.

Llegó a tal extremo la mimetización, que ese descarado y astifino Alabastro quiso ser más que los propios mansos y encabezó la reunida manada desde la plaza del Ayuntamiento hasta la curva de Mercaderes, como mostrando las dos razones de peso por las que Joselito le ‘perdonaba’ a Pamplona aquel melonazo veintisiete años después menos un día. Nada más lejos de la realidad. Cualquier comparación entre ese toro y el resto resultó imposible. Ni por hechuras ni por comportamiento. Sus cinco hermanos, lejos de querer galopar o arrollar con el pecho y las manos, tan solo buscaron estrechar sus recortados cuerpos los unos contra los otros, en busca de refugio. Y claro, así fue imposible cualquier atisbo de poner la espalda en el morro a modo de pantalla, que es como se corre en Pamplona. El pasillo central de la Estafeta lo fue este miércoles más que nunca. Toros y mansos, a la par, por el mismito medio y los mozos a los costados, viéndolos pasar.

El conato de montonera en la curva fue un puedo y no quiero. Toro para adelante, metiendo riñones, en busca de reengancharse a la manada. Tardó un suspiro en alcanzar a la mole de hermanos y cabestros. La llegada a la plaza no fue diferente. Los mozos cayeron como peonzas al paso de ese Alabastro, empeñadito en ser más que los propios bueyes, y el castaño Musulmán, que  puso la rúbrica al debut ganadero de Joselito en Pamplona con una fea coz.



martes, 7 de julio de 2015

Seis jandillas de los de antaño

Delta, de Jandilla, voltea a un mozo extranjero en la curva de Estafeta./AFP


Jandilla ha cerrado un círculo. Y lo ha hecho regresando con todas las de la ley al pasado. A inicios de siglo, incluso antes, cuando la leyenda de terror de los toros de Borja Domecq se hinchaba  a base de encierros crudos. Y este lo ha sido. No ha habido tregua. Desde la mismita hornacina de San Fermín hasta el callejón de la Monumental todo se ha cocinado a base de pavor. El tropezón en el momento de la melé con Santo Domingo dio paso a 200 metros de pánico. Y no precisamente por ese Delta descolgado que volteó sin piedad en plena curva de Mercaderes con Estafeta.

Fastuoso, el hermano mayor del desigual sexto de jandillas, entró en la cuesta como un elefante en una cacharrería. Se entonó el sálvese quien pueda: grito por aquí, requiebros por allá. En medio de ese descomunal desorden el toraco se hizo el rey: soltó la cara una y otra vez a modo de látigo y se subió a la acera. Para mayor inri, el otro torón, Farruca, hizo lo mismo pero por el centro de la calle. Pánico para honrar a San Fermín.

Los jandillas firmaron una tregua nada más llegar a la plaza del Ayuntamiento. No pasó de los diez segundos. El contraluz de Mercaderes propició la segunda montonera de toros, y tras ella, la curva. Regresó la violencia. Y el miedo. Y eso que Fastuoso unió Mercaderes y Estafeta aborregado. Farruca no. Puntazos a diestro y siniestro. Sin compasión, metiendo riñones. Se marcó un 100 de toro bravo. Arrancó con un derrote seco al primer portal de la Estafeta y acabó disolviendo una montonera. En medio, dos volteretones con tintes dramáticos a puro esprint.

La velocidad de crucero dejó a la segunda parte de la Estefeta con el molde, y con las ganas. Y eso que hubo guerra para dar y tomar. Pero no sirvió para nada. No hubo quien aguantara el vigoroso ritmo de los Jandilla. El trompicón se volvió a adueñar de la carrera. Y para suerte de los allí presentes, el encierro ya les pesaba a los dos nombres propios de este primero de los sanfermines. De lobos a corderos en menos de 300 metros. Inverosímil fue ver como unos pitones que avasallaron con tanta dureza durante los dos primeros tercios de la carrera acabaron resbalando clementes por las indefensas espaldas de los mozos en Telefónica. Aunque el carácter ahí estaba, y aún quedó tiempo para que Farruca tirara una mirada de cortar el aire en el callejón de la Monumental. En ese mismo instante echó la persiana este primer encierro con seis jandillas de los de antaño. 





lunes, 6 de julio de 2015

San Fermín 2015: la guía del encierro


Un toro de Dolores Aguirre traza la curva que une Mercaderes con Estafeta.
Pamplona ha cambiado, y mucho, desde el pasado 14 de julio, día en que Olivito estremeció a Pamplona. La ciudad ha dado un giro de 180 grados. Se podría decir que ha tomado la curva que une Mercaderes con Estafeta. Y la Feria del Toro también. Desde que en 2013 la Casa de Misericordia se vio obligada a desprenderse del tute de reyes, el cuadro ganadero ha dado un vuelco. Aquel año se despidió por la puerta de atrás Cebada Gago. En 2014 lo hizo Dolores Aguirre. Tan solo sobrevive Miura, leyenda viva del encierro. Nadie ha corrido más por las calles de Pamplona que el hierro de Zahariche. 58 participaciones le avalan. Tres siglos de historia en la vieja Iruña, desde el debut en 1899 hasta el San Fermín del 2015 que este lunes vive sus primeras horas.

La ausencia de dos de los ‘grandes’ hierros, y también de algunas de ‘nuevo cuño’, ha propiciado una nuevo San Fermín. Los toros de El Tajo y La Reina y los de José Escolar debutan en las calles de Pamplona, mientras que el Conde de la Maza regresa a la capital navarra tras 34 años. Garcigrande sumará este 2015 su segunda comparecencia tras debutar en los pasados sanfermines. Un cataclismo dentro de una feria tradicionalmente encorsetada en la que prima el valor de la trayectoria. 

Para desenmarañar este ‘atípico’ San Fermín, nada mejor que conocer el encierro desde dentro. Todas las mañanas, del 7 al 14, tienes una cita con este espacio para escudriñar los entresijos de cada una de las ocho carreras. ¡Viva San Fermín!


LOS OCHO ENCIERROS, EN CORTO:

JANDILLA (7 de julio):
Participaciones: 14.
Encierro más rápido: 7 del 7 de 1998 (2 minutos y 19 segundos). Se registró un herido por asta de toro, el primero de una larga lista que llega hasta los 27.
Encierro más lento: 11/07/2005: 5:33.
Total  de heridos por asta: 27.
Encierro más peligroso: 12/07/2004: 8 heridos por asta. La carrera duró 3 minutos y 14 segundos.



 
EL TAJO Y LA REINA (8 de julio):
La ganadería propiedad del maestro Joselito debuta en la Feria del Toro con corrida de toros.











VICTORIANO DEL RÍO (9 de julio):
Participaciones: 5.
Encierro más rápido: 10 del 7 del 2013 (2 minutos y 13 segundos).
Encierro más lento: 9 de 7 del 2014 (3 minutos y 23 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 4.
Encierro más peligroso: 9 del 7 del 2014 (3 minutos y 23 segundos). Dos.
 



FUENTE YMBRO (10 de julio):
Participaciones: 10.
Encierro más rápido: 13 del 7 del 2009. (2 minutos y 23 segundos).
Encierro más lento: 13 del 7 del 2013. (4 minutos y 16 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 5.
Encierro más peligroso: 13 del 7 del 2013, fecha histórica en Pamplona al producirse un ‘tapón’ en el callejón de acceso a la Monumental. Hubo que lamentar dos heridos por asta.
 
JOSÉ ESCOLAR (11 de julio):
Debutantes en Pamplona.










CONDE DE LA MAZA (12 de julio):
Su último encierro: 13 del 7  de 1981 (lunes). Ha participado en Pamplona en otras dos ocasiones.
Sin heridos por asta de toro.
Tiempo empleado: 7 minutos.
 








GARCIGRANDE (13 de julio):
Su único encierro: 10 del 7 del 2014 (jueves).
Total de heridos por asta de toro: 2.
Tiempo empleado: 2 minutos y 30 segundos.








MIURA (14 de julio):
Participaciones: 58.
Encierro más rápido: 09 del 7 del 2006 (2 minutos y 13 segundos).
Encierro más lento: 14 del 7 de 1982. (5 minutos y 32 segundos).
Total de heridos por asta de toro: 16.
Encierro más peligroso: El 12 del 7 del 2009 se registraron cinco heridos por asta de toro en un encierro que duró 5 minutos y en el que el toro Ermitaño pasó a formar parte de la historia del encierro, al igual que Olivito, que el 2014, dejó tres heridos graves por asta.



REPASO VISUAL POR LA HISTORIA DEL ENCIERRO DE PAMPLONA:

GANADERÍA CON MÁS PARTICIPACIONES:

MIURA: 58 participaciones. Como nota significativa, apuntar que han sufrido dos suspensiones del encierro, 1978 y 1997.

EL ENCIERRO MÁS RÁPIDO:
EL PILAR: El 13 de julio del 2011, los toros charros propiedad de Moisés Fraile volaron por las calles de pamplona y completaron los 849 metros del encierro sanferminero en 2 minutos y 11 segundos. No dejaron heridos por asta de toro.

EL MÁS LENTO:

SANTIAGO DOMECQ BOHÓRQUEZ: El 9 de julio del año 2002, el encierro de Pamplona vivió uno de sus encierros más largos y trágicos de su historia: 11 minutos y 57 segundos tardaron los seis toros en unir los corrales de Santo Domingo con los de la Monumental.

EL ENCIERRO CON MÁS HERIDOS POR ASTA DE TORO:

JANDILLA: El mítico hierro pacense tiene el ‘honor’ de ser la ganadería que más heridos por asta de toro ha registrado en la historia de los sanfermines, al menos desde que se tienen datos. En total, los Jandilla dejaron ocho corneados e 12 de julio del 2004. Uno menos (7) dejó el encierro del Marqués de Domecq corrido el 12 de julio del 2007.

Pd: Los datos con los que se ha elaborado esta guía pertenecen al trabajo de recopilación de sanfermin.com y feriadeltoro.com y toman como punto de partida el San Fermín de 1980.